Propuesta comunicativa para la promoción del arte como medio de comunicación para el desarrollo humano : La casa del arte

Tuve la oportunidad, durante los primeros años de mi adolescencia, de estudiar música. Claro, al ser hija de un concertista clásico, no había forma de escaparse de la formalidad académica. Mi buen y estricto maestro, Don Jorge Navarro, siempre creyó que mis habilidades estaban por encima de lo no...

Descripción completa

Autor Principal: Freire Muñoz, Irina Alejandra
Formato: bachelorThesis
Idioma: spa
Publicado: 2012
Materias:
Acceso en línea: http://dspace.ups.edu.ec/handle/123456789/2525
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Sumario: Tuve la oportunidad, durante los primeros años de mi adolescencia, de estudiar música. Claro, al ser hija de un concertista clásico, no había forma de escaparse de la formalidad académica. Mi buen y estricto maestro, Don Jorge Navarro, siempre creyó que mis habilidades estaban por encima de lo normal, y por lo tanto, la exigencia era inmensurable. Con pocos años de estudio la técnica aprendida me posibilitaba jugar con las notas a mi antojo, y mi rendimiento, según decían, era perfecto. El piano, a quien yo llamaba Pianito, no solo se había convertido en mi cómplice, sino, en mi propio espíritu. Fue realmente difícil rendir las 4 horas diarias que me exigía mi maestro. Según él, solo así se verían los frutos. Ejercicios continuos una y otra vez para perfeccionar la técnica de las muñecas, mientras mis dedos, pequeños por genética, estaban a punto de romperse de la constante y exigida elasticidad muscular. Sin embargo, nada era comparable con la sensación producida por la música. Desde aquel entonces, siempre pensé que ninguna técnica podía reemplazar al sentimiento. Lamentablemente, el supuesto apoyo que mis maestros secundarios me dieron no fue real. Y peor aún, Don Jorge Navarro comprendió que la genialidad artística no estaba en la perfección técnica, sino, en la sensibilidad para crear. Doce años más tarde mis dedos no se han roto, aunque sí la ilusión de convertirme algún día en una gran concertista de piano. A los 16 años tuve que decidir. Opté por el colegio y la vida que me proporcionaría una eficiente carrera universitaria, un buen empleo, y a lo mejor, el bienestar económico. Aunque dejé los estudios de piano, se quedaron por siempre en mí la sensibilidad, el amor por el arte y el respeto por la creación.